Crisis de consumo mundial
Foto: Desabasto de productos básicos en supermercado | Flickr
Estamos a pocas semanas de que Estados Unidos reabra la frontera terrestre con México. Esta fue programada tentativamente para el 8 de noviembre 2021, de acuerdo con informes de la embajada americana vía medios electrónicos y redes sociales.
Los ciudadanos mexicanos esperan con impaciencia el momento en que podrían preparar sus compras navideñas, como tradicionalmente hacen las comunidades fronterizas con Estados Unidos. Durante 18 meses no fue posible el cruce de la frontera por carretera para actividades no esenciales, si bien sí lo fue en avión, lo que permitió el “turismo médico” para recibir la vacuna que se ofrecía a extranjeros por igual.
Por otro lado, en Norteamérica se está viviendo una crisis de productos como no se había tenido en las últimas décadas. Por posibles afectaciones de la pandemia por COVID-19, la producción de distintos insumos industriales se redujo significativamente, aunado a una crisis en la transportación de los mismos, principalmente por la vía marítima cuyos costos también se han disparado. A eso se le suma el encarecimiento de las materias primas y una crisis energética en el gigante de la producción en masa y proveedor mundial por excelencia, China.
Otros países de primer mundo, como Gran Bretaña (UK), incluso padecen de la crisis de productos por igual, sumándosele el problema de los choferes de las unidades de transporte de carga que no son suficientes, y a los cuales el BREXIT no ayudó mucho con su salida de la Unión Europea. Tampoco ayudó un aumento de costos de los servicios básicos, como el gas y la electricidad, a la población y a la industria. Por ello, se prevé que los británicos también sufran un desabasto de productos estas navidades, así como también problemas inflacionarios y energéticos. Baste decir que el encarecimiento de la producción de fertilizantes afectará el precio de los productos agrícolas.
Por supuesto ante el desabasto y la mayor demanda, efectos inflacionarios están observándose en Estados Unidos de tal suerte que, siendo un problema de grandes magnitudes, se negoció con los sindicatos, y estos con los estibadores desde su órgano más alto de gobierno, la apertura de los puertos marítimos como el de Long Beach California para que dieran servicio 24/7 y así reabastecer los mercados previo a las festividades navideñas.
El problema es por mucho de logística en la cadena de distribución de productos. El aumento del comercio electrónico es un factor a considerar en esta situación, así como también la falta de personal necesario para realizar las labores de carga y descarga en los puertos.
El panorama mundial apunta a una “crisis de consumo” sin paralelo. No se observa que la situación se pueda solucionar en el corto plazo, ni que sea sostenible por mucho tiempo. Las noticias internacionales ya indican el desabasto en las principales cadenas de supermercados norteamericanas de productos tan básicos como: papel de baño, tintas para impresora, hasta celulares y vehículos de última generación debido a la falta de chips.
En este punto habría que preguntarnos qué nos enseñó la pandemia sobre consumos superfluos. Muchas de las compras de artículos suntuarios por innecesarias dejaron de hacerse por distintas razones, entre ellas: falta de recursos económicos ante el desempleo; falta de bienes por sobredemanda producto, de compras de pánico; desabasto de los productores, etc.
Habría que cuestionarnos si podemos seguir prescindiendo de muchos de esos bienes y servicios, tal y como nos manejamos durante lo más álgido de la pandemia e instituirlo como mejores costumbres de consumo reduciendo nuestras adquisiciones suntuarias.
Vivimos en un mundo donde el “consumismo” es un fenómeno que nos ha afectado a todos en mayor o menor medida. Una forma de vida occidental que privilegia el derroche y el despilfarro. Desde hace décadas los supermercados utilizan como estrategia de ventas poner los productos más necesarios al fondo de los mismos, y los innecesarios a la entrada, de tal suerte que el camino de regreso por leche, carne o huevos vamos metiendo buena parte de productos que no son de primera necesidad, pero que al llegar a caja inflan la facturación mermando recursos a las familias.
Lo anterior obliga a administrar mejor nuestros recursos económicos y, sobre todo, fomentar la cultura del ahorro para afrontar nuevos tiempos quizás más complicados. Ha quedado claro que crisis no contempladas o enfermedades emergentes como el COVID-19 son capaces de afectar nuestra economía familiar de manera severa, muchas veces dejándonos sin la posibilidad de recuperarnos. Los millones de personas que han engrosado las cifras del desempleo y el mayor nivel de pobreza en México son prueba de ello.
Cabe señalar que, en las últimas décadas hemos podido observar los efectos de distintas enfermedades virales que han puesto en la cuerda floja a la economía mundial, como las gripes aviar y porcina, donde por ley deben sacrificarse grandes poblaciones de estos animales con los que se elaboran productos cárnicos y que se encuentran hacinados en grandes granjas. El resultado de ello es en principio el desabasto y el encarecimiento de los mismos.
Aún no quedan claros todos los posibles efectos que traerá consigo la pandemia de COVID-19, misma que continúa su proceso infeccioso siendo actualmente el mayor problema de salud pública mundial, donde se están viviendo de manera desfasada por continente los efectos de las terceras y cuartas olas. A ese respecto cabe señalar que, si bien los países mejor posicionados económicamente presentan porcentajes muy significativos en la aplicación de vacunas, salvo por grandes sectores de su población que aún no aceptan ser inoculados con los biológicos por algún temor infundado, muchos países pobres de Latinoamérica están faltos de vacunas, pese al mecanismo COVAX de cooperación internacional para apoyarlos.
Ahora bien, viviendo en un mundo globalizado, el temor de que la pandemia continúe a través de nuevas variantes, producto de las mutaciones del virus incluso más peligrosas por ser más contagiosas y mortales, es una gran amenaza.
Seguramente la crisis de consumo es uno de los tantos efectos colaterales de la pandemia que estaremos padeciendo en tanto esta no se encuentre controlada. Posiblemente nuevas crisis incluso más letales como las de tipo alimentario por carestía de ellos se presenten en lo sucesivo, razón por la cual debemos mantener un mayor control sobre nuestras necesidades no urgentes.
Una de las lecciones de la pandemia a las poblaciones fronterizas ha sido que, si bien resultaba impensable el dejar de cruzar a los Estados Unidos por ropa, comida, o varios, no ocasionó problemas mayores a la población, ya que esta pudo abastecerse en mercados nacionales, comprendiendo que se puede vivir perfectamente sin dichos productos extranjeros, que tratándose de modas podrían clasificarse como artículos suntuarios.
Otra de las lecciones aprendidas podría haber sido que con menor disponibilidad de recursos económicos, la administración del gasto familiar debió hacerse una norma para satisfacer las necesidades más básicas de consumo y ser más racionales en el uso de los recursos materiales.
Finalmente, habría que investigar a fondo si la naturaleza se vería beneficiada indirectamente de una menor demanda de productos, tanto agrícolas y ganaderos, como pesqueros y acuícolas, estos al verse afectados los mercados y la transportación de los mismos, —entiéndase toda la cadena de distribución hasta llegar al consumidor —al reducirse la demanda de productos. Posiblemente algunas poblaciones animales se vieron recuperadas o al menos recuperaron espacios invadidos por el hombre.