Los abrazos dejan huellas en nuestros genes
Todos conocemos el increíble poder que tienen los abrazos: nos relajan y nos hacen sentir amados al mismo tiempo que demostramos nuestro afecto a los demás. Sin embargo, la ciencia confirmó en un estudio que estos son capaces de dejar una importante huella en nuestro cerebro.
Esta huella molecular queda impresa en nuestros genes como tinta indeleble y, sorprendentemente, influye en nuestra personalidad, sistema inmunológico y metabólico.
Pero, ¿cómo pueden los abrazos dejar huellas en nuestros genes?
Un estudio realizado por la Universidad de British Columbia, en Canadá, reveló que la cantidad de contacto cercano, afecto reconfortante, abrazos, caricias y palabras que reciben los bebés no solo los ayuda a sentirse seguros y amados. Los hallazgos también mostraron que:
- Los abrazos dejan una huella en los genes del bebé debido a los cambios moleculares que genera el contacto físico.
- El tacto afecta el epigenoma. Esto significa que al recibir caricias, abrazos y contacto constante en los primeros meses de vida induce cambios químicos en sus proteínas y ADN.
- Todo ello influye en el comportamiento del niño: lloran menos, mejoran su alimentación, tienen mejor comportamiento y tienen un desarrollo motor y psicológico más óptimo.
- Otro hecho sorprendente es que los investigadores encontraron que esos primeros cambios en el epigenoma producen cambios en la estructura de la cromatina, produciendo así cambios en el genoma mismo. ¿Qué significa? Que las condiciones ambientales en las que crecemos también afectarán a nuestra descendencia.
¿Cómo benefician los abrazos a los adultos?
Los abrazos no solo determinan el correcto desarrollo neurológico del bebé. Estas primeras manifestaciones de amor sincero influyen incluso en generaciones posteriores.
En otras palabras, los traumas experimentados por una generación pueden transmitirse a la siguiente. Esto salió a la luz en un estudio realizado por la Universidad de Uppsala, en Suecia, donde los efectos de la Segunda Guerra Mundial se observaron en varias familias.
Pero, ¿qué pasa en la vida adulta? Abrazar en la edad adulta sigue teniendo un efecto muy saludable en el cerebro de un adulto. El detonante de este bienestar, capaz de aliviar el estrés y la ansiedad, es un neurotransmisor que también actúa como hormona: la oxitocina.
Todos necesitamos tocar y ser tocados. Nuestra piel, sea cual sea nuestra edad, necesita este lenguaje especial, que en muchos casos es más importante que las palabras.
Las caricias y los abrazos actúan como alimento de nuestra alma para fomentar lazos, eliminar incertidumbres y construir ambientes más felices en los que realmente podamos desarrollarnos como personas.
Cuerpo, mente y piel comparten una conexión que va más allá de nuestros centros neuronales o receptores sensoriales. Por eso, la gente suele decir que los abrazos son como una medicina para el alma.
Los abrazos son huellas de amor que una generación puede heredar a otra. Una declaración de esta profundidad puede despertar nuestro escepticismo, pero algunos estudios como el mencionado apoyan esta afirmación más allá de la mera intuición humana.