De Memoria: Recordando los fracasos del pasado para comprender el presente de México
En portada: Mina de litio en Greenbushes, Australia. Foto: Carla Gottgens (Bloomberg).
Por: Luis Fernando Heras Portillo
Desarrollador de negocios turísticos, comerciales e industriales.
Hace algunas semanas inicié en mis redes sociales una serie llamada “De Memoria”, misma que contendrá muchos capítulos que estarán numerados progresivamente. La intención de dicha participación, con comentarios del pasado y del presente, es que sean totalmente improvisados y que sean fundamentalmente ideas que se me vienen en el momento mismo en el que los narro, con el propósito de que sean del interés de quienes me escuchan, me ven o me leen.
Dicha serie la podrá usted encontrar en todas mis redes sociales:
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Existe una famosa frase célebre —cuya autoría se les atribuye a varios personajes— que dice: “Quien no conoce su historia está condenado a repetirla”. Seguramente la habrá escuchado en alguna película o serie, quizás la haya leído en algún texto o incluso en alguna publicación de redes sociales. Y aunque estemos de acuerdo con ella, para algunos resulta ser una verdad lejana a nuestros tiempos.
En el contexto de la política nacional, algunos personajes dirán que “ya hemos aprendido de nuestro pasado lo suficiente como para no repetirlo”, haciendo alusión a los gobiernos emanados del PRI y del PAN. Pero es importante analizar con detalle las decisiones del actual gobierno que encuentran similitudes con sus antecesores.
En ocasiones pareciera que se pretende borrar la historia de México de un plumazo, negando los hechos que han dado forma al presente. Cada seis años se hace “borrón y cuenta nueva”. Este hecho se reafirma con el uso que se les da a las redes sociales. Las personas, sobre todo los jóvenes, suelen creer en las mentiras, verdades a medias, chascarrillos y fake news que se divulgan en la red, que se deslizan de manera muy sutil pero con gran alcance.
Pero quienes tienen más de 40 años seguro recordarán capítulos en la historia de México que actualmente se están repitiendo, como si fuera un hecho de la naturaleza misma de la política que nadie cuestiona. Por ello, en este ejercicio llamado “De Memoria”, pretendo realizar análisis y reflexiones de sucesos que no deben olvidarse, precisamente, para no repetirlos.
En esta ocasión me gustaría hablar de la nacionalización, esa acción en la que se declara la propiedad de la nación sobre sus propios recursos naturales. Lo hago sin afán de defender a un partido u otro. Es simplemente una recapitulación de hechos verídicos que pueden consultarse en los almanaques de la historia.
Comenzando con Lázaro Cárdenas del Río, el primer presidente mexicano de izquierda que decretó la expropiación petrolera el 18 de marzo de 1938. Unos meses más tarde, creó la empresa estatal Petróleos Mexicanos (PEMEX). Con esto, se le expropiaron los bienes a toda la industria petrolera que estaba siendo explotada por extranjeros y se creó Pemex para que el gobierno explorara y explotara el petróleo en beneficio de los mexicanos.
Lo mismo hizo Adolfo López Mateos (1958-1964) nacionalizando la industria eléctrica en 1960, para establecer la compra de las empresas que tenían a cargo el suministro de la energía eléctrica. Esta decisión fortaleció a la Comisión Federal de Electricidad, que actualmente provee la mayor parte de la energía eléctrica en el país.
Si bien la intención inicial fue positiva, el problema es cómo se han administrado tanto Pemex como CFE, llevándolas al borde de la quiebra. Lamentablemente, vemos la debacle de empresas internacionales que en su momento fueron catalogadas como las mejores del mundo. Recordemos, en nuestra memoria, cómo tuvieron sus puntos álgidos al grado tal de que Pemex llegó a ser un participante importante en la economía mundial como miembro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), y la CFE llegó a tener galardones internacionales por ser una empresa de clase mundial.
Años más tarde, otro gobernante basaría su política económica en expropiar y regalarlo todo para ganar simpatizantes: Luis Echeverría Álvarez (1970-1976). Considerado por muchos como un populista, expropió tierras en todo el país —principalmente en el Valle del Yaqui— y las repartió a diestra y siniestra sin pensar en las consecuencias. Hoy en día continuamos sufriendo las secuelas porque muchas personas no fueron indemnizadas, no hubo compensación y se permitieron muchos abusos, e inclusive, la asignación de tierras a ejidatarios, fundamentalmente.
Sin embargo, una de las decisiones más extrañas fue cuando alguien —seguramente de su gabinete— lo convenció de crear la paraestatal Productos Químicos Vegetales de México (Proquivemex) para nacionalizar el barbasco, un tubérculo de los bosques tropicales de México que fue esencial para el desarrollo de la pastilla anticonceptiva, porque de ella se extraía la diosgenina.
Fue un fracaso. Con la intención de hacer “justicia social”, terminó por quebrar el sector y, por supuesto, no mejoró las condiciones de los campesinos. Así como tampoco sucedió con sus intentos de nacionalizar el tabaco (TABAMEX), el café (INMECAFÉ) y el cacao (CONADECA).
No tuvo límites. Echeverría sí transformó, pero su fortuna, la de su familia y amigos. Transformó la política y la sociedad mexicana para mal.
Después vino otro presidente populista, su gran amigo José López Portillo (1976-1982) quien, desesperado por el desastre económico ocasionado por las políticas del gobierno de Echeverría, le dio por nacionalizar la banca. Es decir, expropiar los bancos y quitárselos a todos los que él mismo llamó “saqueadores”, justificando su decisión con su célebre: “Ya nos saquearon, no nos volverán a saquear”.
Lo anterior no es un cuento. Es un relato de lo sucedido hace 40 años y que muchos también recordarán. La decisión ocasionó un incremento en la inflación, principalmente de bienes y servicios básicos para los mexicanos. Probablemente, al hablar de esto usted vuelva al presente para recordar los problemas de inflación que estamos viviendo en 2022. Todo está subiendo y usted lo ha comprobado: desde los alimentos como la carne, frutas y verduras, hasta la gasolina y el gas natural. Por más ajustes que se le hagan al salario mínimo, simplemente no alcanza.
Hace más de medio siglo, las fórmulas para el desastre ya existían, y pareciera que no hemos aprendido nada, a pesar de tener a un presidente adepto a la historia de México. Entonces, ¿cómo no traer a la memoria el desgarriate y el desastre ocasionado por gobiernos populistas, como el de López Portillo y Luis Echeverría, si la historia, en cierta medida pero con distintos personajes, pareciera que se está repitiendo?
Para comprobarlo, no es necesario irnos tan lejos. Aquí en Sonora está sucediendo con el litio, ese importante mineral cuya reserva más grande se encuentra en el municipio de Bacadéhuachi. Ya fue nacionalizado, y aún se desconoce si la empresa que lo administrará se llamará “Litioson” o “Litiomex” (o “AMLITIO”, como lo propuso el partido Morena).
Al presidente Andrés Manuel López Obrador lo convencieron de que el litio es la quinta maravilla del mundo, que es “la llave del progreso” de México; que por su uso en la tecnología automáticamente acelerará el crecimiento de la economía, poniéndonos a la par de los países más desarrollados sin hacer nada más que ser propietarios del yacimiento de litio más grande del mundo.
No lo niego que así lo sea. El litio es un mineral clave en el desarrollo de la Industria 5.0. Se utiliza, fundamentalmente, para la elaboración de baterías para automóviles eléctricos, cuyo uso tiene por objetivo reducir la dependencia de los combustibles fósiles y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que ocasionan el cambio climático.
Lo que nadie le ha dicho al presidente es que el tiempo apremia. Que mientras en nuestro país aún se pelean por quién o quiénes se encargarán de explotarlo, qué nombre le pondrán a la paraestatal y mientras continúan frotándose las manos pensando en la fortuna que representa el “oro blanco”, en otras partes del mundo ya desarrollan tecnologías para sustituir su uso. Como es natural cuando un recurso escasea. Por ejemplo, en China ya se fabrican baterías de sodio. Y no me crea a mi si no lo desea. Búsquelo en la web. Detalla una nota publicada en el diario español El Mundo:
“Adiós al litio: así con las nuevas baterías de sodio que llevarán móviles y coches (…) El gigante chino CATL ha empezado a desarrollar una nueva batería de ion-sodio, un remplazo para los actuales modelos de batería ion-litio cuyos precios están aumentando vertiginosamente por la gran demanda del mercado y para las que se anticipa una falta de suministros”.
Alguien le dijo al presidente que era necesario nacionalizar el litio porque, ¿para qué lo explotan los extranjeros si podemos explotarlo los mexicanos? No dudo de nuestras capacidades, pero la realidad es que vamos muy despacio. No tenemos dinero para resolver los problemas del país y agarramos nuevos. En vez de buscar alianzas con la iniciativa privada, volvemos al pasado, ese que parece borrarse con cada declaración, con cada decreto y cada decisión.
No podemos quedarnos con millones de toneladas de expectativas y esperanzas puestas en el litio, que en un descuido nos quedamos “chiflando en la loma” por la falta de dinero, tecnología y visión.
Por eso, es muy importante no perder la perspectiva de las cosas que ya son historia. Hay que traerlas a la memoria para beneficio de la sociedad, de México y de las nuevas generaciones.