
De Memoria: El fantasma del ‘dedazo’ rumbo a las elecciones de 2024

Por: Luis Fernando Heras Portillo
Desarrollador de negocios turísticos, comerciales e industriales.
“Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”
– Giuseppe Tomasi di Lampedusa (El gatopardo).
Si existe un concepto de la política mexicana que nació como una burla, una crítica, pero que describe una realidad que no podemos negar es el famoso “dedazo”, ese que se condena cuando se es parte de la oposición, pero que se levanta con orgullo cuando se está en el poder.
A dos años de la sucesión presidencial, el tema ya se ha convertido en el deporte favorito de muchos: los aspirantes a candidatos tienen su “porra”, pelean entre sí, y también lo hacen los aficionados. Sus jugadas son analizadas por expertos y, por supuesto, se arman las apuestas.
La pasión por este deporte nacional ha llegado a grado tal de que apenas se sienta un presidente de la república en la silla cuando ya se está hablando de quién será el sucesor.
No obstante, aunque los aspirantes se desvivan con sus discursos, precampañas disfrazadas, derroche de recursos y arriesguen sus puestos de trabajo con sus acciones, al final todo se decidirá con el dedazo, así como en antaño. Me explico.
Recordando nuestra historia política, la Revolución Mexicana (1910-1917) terminó con miles de muertos, una Constitución Política, y la idea de construir un nuevo país, con justicia social para los trabajadores. Sin embargo, la Revolución también terminó por heredarnos gobiernos militares, liderados por quienes precisamente ganaron la revolución armada. Pero años después comenzaron los gobiernos civiles.
En 1929 se funda el Partido Revolucionario Institucional (entonces Partido Nacional Revolucionario, o PNR) y un año más tarde llega el primer presidente de la república emanado de ese partido, Pascual Ortiz Rubio. Es allí donde inicia lo que más tarde se le conocería como “la dictadura perfecta”, es decir, los 70 años del PRI en el poder.

Probablemente usted lo recuerde bien. Durante 70 años no hubo competencia, no existía una oposición que pudiera ganarle al partido en el poder. Por ello, el sucesor presidencial era quien asignaba el presidente en turno, y por ende ganaba en automático las elecciones. Incluso, en 1976 ocurrió un curioso suceso: las elecciones fueron un simple trámite pues solo hubo un candidato a la presidencia en la boleta electoral, José López Portillo.
A esa designación del sucesor a la presidencia por parte del presidente de México se le conoció como “dedazo”, un nombre que engloba la crítica hacia algo injusto, sin ningún proceso legal y público para la elección democrática del candidato.
Para el año 2000, el gobierno del dedazo tomó un descanso. Vicente Fox Quesada (2000-2006) se convirtió en el primer presidente de oposición; le siguió Felipe Calderón Hinojosa (2006-2012), quien llegó a ser candidato no por dedazo sino por rebeldía al ganarle a Santiago Creel; luego vino Enrique Peña Nieto (2012-2018), quien trajo de vuelta al PRI al poder.
Durante estos 18 años, Andrés Manuel López Obrador comenzó a ganar fuerza (y adeptos) como un ferviente opositor al gobierno y a todo lo que representaba. En su discurso, uno de los puntos más fuertes era precisamente las designaciones por dedazo, y por lo tanto la permanencia en el poder.

Al hacer este recorrido por mi memoria, recuerdo las similitudes con el presente. Cómo el fantasma del dedazo recorre los pasillos de Palacio Nacional, que al más puro estilo de Nicolás Maquiavelo y José Fouché, trae de regreso todo el furor, los equipos, las estrategias, ataques, contrataques y venganzas.
Después del gobierno de Peña Nieto, cuando pensábamos que ya no podía pasarle nada peor al país, cuando el futuro sonaba como miel sobre hojuelas, que nos iba a ir muy bien y que se acabaría la corrupción, allí vamos para atrás, regresando al pasado con formas de antaño.
El actual partido en el poder está haciendo acopio de toda la experiencia adquirida durante los gobiernos del PRI del PAN. La historia se repite. Dicen que no hay “tapados”, y es cierto. Ahora hay “destapados”, corcholatas y otros tantos que ya se están apuntando para la rifa.

Lo que podemos ver es que el presidente va a utilizar el poder del dedo. No su pañuelo blanco ni sus expresiones de paz. Jugará el famosísimo deporte de la sucesión presidencial como árbitro único para elegir al candidato, y posiblemente, a su sucesor. ¿Cómo lo hará? Con una encuesta cuyos resultados justificarán una decisión que ya está tomada.
Pero mientras lo hace, seguirá alimentando el morbo, el ego y la soberbia de los aspirantes. Vea usted, por ejemplo, los agarres que se dan entre el fiscal general de la República, el exconsejero jurídico de la presidencia, los pleitos entre Ricardo Monreal con el resto de las corcholatas porque no lo han considerado en la lista de quienes van a estar en la encuesta de Morena. Esto sin mencionar los agarres entre medios de comunicación, empresarios y, básicamente, todos contra todos. Un auténtico desgarriate.
Los tiempos actuales me inspiraron a hacer este ejercicio de memoria para recordar los antecedentes de la sucesión presidencial en México, un país donde la democracia parece ser simulada, así como también el deseo de cambiar las cosas.
Porque, ¿cree usted que el presidente no habrá tomado ya la decisión de quién ganará la encuesta incluso antes de que esta se lleve a cabo? Los radicales dirán que no, que será una encuesta neutral. Pero el 99% de los mexicanos ya sabemos quién calificará y ganará la encuesta para decidir al candidato de Morena a la presidencia de México: el dedazo.