Heridas de la infancia
Ilustración: Manolo Barrios.
Por: Sonia Heras Gastélum*
@soniaherass
Las heridas emocionales de la infancia repercutan en nuestra vida adulta, son una especie de lesión afectiva que nos impide llevar una vida plena. Su huella es tan profunda que incluso nos dificulta las relaciones interpersonales.
Es importante que como adultos trabajemos en estas heridas emocionales para no lastimar a otros con lo que nos lastima a nosotros.
El primer paso es reconocer las heridas con las que hemos crecido.
En la infancia vivimos muchas experiencias que pueden provocar diferentes sentimientos, tales como enojo, tristeza o miedo. Al no ser capaces de resolverlas en su momento, estos sentimientos quedan alojados en nosotros creando heridas emocionales.
Al no ser sanadas, dichas heridas dejan un profundo dolor en el infante y posteriormente en el adulto.
Al igual que una herida física, la herida emocional necesita de cuidados y tiempo para mejorar. De no tratarse adecuadamente, la herida seguirá causando dolor.
Las heridas de la infancia generalmente son causadas por nuestros cuidadores, y estas heridas influirán en nuestra manera de pensar, de actuar y de sentir.
Si no quieres que tus hijos vivan con dolor, es muy importante que tú mismo identifiques tus propias heridas de la infancia y que tengas un proceso terapéutico para ayudarte a sanarlas. Es de suma importancia hacerlo, ya que los padres son responsables de la crianza y la salud mental de sus hijos.
Las cinco heridas de la infancia
Herida de abandono
El abandono físico o emocional de los infantes les produce sentimientos de angustia. Si crecen con esta herida, al convertirse en adultos no serán capaces de hacerse cargo de sí mismos, por lo que serán personas dependientes. Al convertirse en padres, utilizarán a sus hijos para llenar sus propios vacíos afectivos o incluso pueden utilizar a su pareja de esta misma forma.
Herida de rechazo
Esta herida inicia en el embarazo y en los primeros años de vida. Cuando la mujer embarazada vive carencias emocionales, su bebé lo siente. A los adultos que vivieron rechazo les cuesta trabajo demostrar afecto a su familia. De esta misma forma, los hijos de padres con herida de rechazo crecen con carencias afectivas, por lo que no se sienten importantes ni tomados en cuenta.
Herida de humillación
Esta herida se relaciona con la vergüenza. Quienes la sufren se sintieron personas pocas dignas durante la infancia, además de que pudieron haber pasado por situaciones de abuso.
Como consecuencia, son adultos complacientes que no saben poner límites y suelen cargar con los problemas o responsabilidades de los demás. Para cubrir la herida sobreprotegen a sus hijos.
Herida de traición
En el caso del infante que tiene padres ansiosos o neuróticos, y que son incapaces de brindarle paz, este crece en un estado de angustia e incertidumbre. Cuando se convierte en adulto, se “coloca” mascaras para sobreprotegerse. Suelen convertirse en personas autoritarias y controladoras.
Herida de injusticia
Estos infantes se desarrollan dentro de una crianza rígida y situaciones polarizadas (muy buenas o muy malas; muy inteligentes o muy incompetentes). Como adultos son severos y exigentes. Les cuesta trabajo ser empáticos y condicionan el amor de sus hijos.
Todos podemos sentirnos identificados con una, dos o con todas las situaciones anteriormente planteadas. Recuerda que el tiempo no sana las heridas. Trabajar en sanar es lo que realmente las cura. De lo contrario, habrá niños lastimados en el cuerpo de adultos.
Te invito a que programes una sesión de psicoterapia y te animes a sanar esas heridas. Recordemos que los demás no tienen por qué sufrir a causa de lo que nos hace sufrir a nosotros. Mucho menos nuestros hijos.
* Sonia Heras Gastélum es analista especializada en psicología clínica, feminista y a favor de los derechos humanos.